2016. El viaje que termina…y que sigue.

Hace ya algunos años que percibo un viaje en absolutamente todo:  es un viaje perder a una persona, es un viaje reencontrar a otras, es un viaje enamorarse…o calentarse, y también lo es el enfado, la rabia y las decepciones.  Es un viaje volver a casa, a lo de siempre. Decía García Marquez que «viajar es regresar», totalmente de acuerdo, yo añadiría que «y viceversa».

Es una aventura levantarse cada mañana y no saber que nos depara el día. Comenzar un nuevo trabajo, atreverse con un nuevo reto, por ejemplo,  me hace sentir las mismas cosquillas de nerviosismo y excitación que si me faltaran 2 días para tomar un avión a otro continente.  Las crisis – deporte de alto riesgo-, donde la incertidumbre no difiere mucho de la de no saber donde vas a dormir la proxima noche en Cuzco…por ejemplo.

Este 2016 ha sido -y sigue siendo- de una intensidad en sus movimientos y sus cambios, como si de un viaje mochilero dando la vuelta al mundo se tratase, en toda su magnitud de situaciones posibles. No un viaje cualquiera, sino el viaje. O uno de «esos» viajes que te dejan una huella a un nivel muy profundo, -¿ que digo huella?, impronta!- que te harán no ser nunca más la misma persona.

La primera excursión  que se me viene a la mente en este 2016, estaría encuadrada dentro de lo que se ha  dado en llamar el «turismo de la desolación». El viaje más triste del año, también ha sido el más importante.   Tan desoladora como rica en aprendizaje fue la muerte de mi padre. Aún recuerdo cuando estaba viviendo en Islandia, y llegó el tiempo en que me despertaba nerviosa cada noche, pensando horrorizada en la posibilidad de que llegara el día que mi padre no me reconociese nunca más. Tenía Alzheimer desde hacía varios años, menos de los que yo llevaba fuera. No lo dudé más y le dije a mi jefe en FAB Travel que era mi último mes y que me iba. Nunca me arrepentiré de haber cambiado de destino: Islandia por el hombro de mi padre. Allí apoyé muchas veces la cabeza, mientras el inclinaba también la suya buscando la mía, buscando ese cariño que siempre le hizo tanta falta. Tenía cara de bueno, y era bueno el joio. La generosidad en sus manos adquirió una nueva dimensión, hasta que el Sr. Alzheimer, ladrón de guante blanco, también eso le robó.  Aún tengo en mi tacto el recuerdo de la piel de papel de sus manos, que yo pellizcaba suavemente entre mis dedos con miedo a que se desintegrada de lo ligera que ya era.  El viaje al ocaso de mi padre, es posiblemente el más importante que he realizado nunca. El más rico, el mejor invertido y el que haría mil veces estuviese donde estuviese. Cuando él se fue, el viaje siguió y sigue y seguirá, porque no hay destino más lúcido- dolorosamente lúcido- para reflexionar sobre la utilidad de la vida y el sentido de la muerte. Aún entro en el salón de mi casa, y su silueta imaginaria permanece sostenida en su lugar del sofá. Su hueco, imaginario pero pesado, se quedó recortado en el aire como una silueta iridiscente, que tan solo algunas personas vemos. Es como contemplar un paisaje bello, pero triste por la luz del atardecer, aquella que anuncia el ocaso del día y hace morir algo en nuestro interior. Me pasó remontando el Nilo sobre una faluca,  en el sur de Chile entre neveros que no paraban nunca de llorar,  y en Portobelo en Panamá mientras recreaba el tráfico de exclavos que allí se dio durante siglos. Esos momentos desolados sucede hasta en los mejores viajes, de hecho…deben suceder para llamarlo viaje.

papa12039759_10204522058851862_3722423325864754353_nLa caja de cerillas en mi mano, una botella de JB al alcance…Definitivamente eran otros tiempos 😉

Hace tiempo que acepto la tristeza al igual que acepto la alegría.  No huyo de ella, ni busco compañías ruidosas para tapar el murmullo. La vivo y dejo vivir, nos hemos hecho muy amigas. Porque sé que sin la consciencia plena de la tristeza, de la desgracia vital, la alegría no es más que un barullo de panderetas y risas vacías. La verdadera felicidad sólo se reconoce tras haber habitado un tiempo en la más completa oscuridad. La apreciación de las cosas no se regala, se cotiza alto. No se nieguen al rico aprendizaje de la nostalgia, de la tristeza y de la desolación, aunque duela. No se nieguen la visita a lugares abandonados, a campos de exterminio, a cárceles totalitarias y a escenarios de matanzas, de la misma forma que no se deben negar a playas paradisiacas, parques de atracciones y paisajes de ensueño. Es el ying y es el yang… un binomio indisoluble.

Pero este año, no solo viajé a la desolación, tuve otras excursiones a lugares donde no hubiese esperado encontrar tanta belleza y satisfacción. Tras muchos años reencontré dos islas de mi vida: Paloma y Lorena. Ambas amigas de mi época de estudiante en Granada. De Paloma fui compañera de casa y compañera de pandilla. Junto a Paloma y muchos más, compartimos la formación intelectual y emocional que hoy en día sigue siendo parte de mi esencia totalmente. En ese grupo multicultural que eramos en Granada (Nico y Fer de Argentina, Vahsu de la India, Amaia y Patri de Pamplona y Tina…eterna e interplanetaria Tina. Y más tarde…Toñi_ Antonia Vargas, Jorge del terreno, Anguita, Sara, y una señora de pelo blanco de lo más inquietante, pero esto es otra historia…). Descubrimos juntos un cine que pocas veces ganaría algo en Hollywood, descubrimos formas de vida y pensamientos que rompieron mi cabeza en mil pedazos – ahí comencé felizmente a desaprender-,  escuchamos  musicas que nunca salieron ni saldran en los 40 principales,  exploramos opciones  sexuales que hubiesen escandalizado a todo mi profesorado y a la «gente bien». Nos divertimos juntos, nos colocamos juntos, aprendimos juntos, comimos juntos, estudiamos juntos, dormimos juntos, y la cagamos juntos. Éramos unas curiosas sin remedio, sin miedo de hacer preguntas y responderlas por nosotras mismas si era necesario. Sin miedo, encarando el futuro con la arrogancia de la juventud, creyendo en que el tiempo era eterno. No se me ocurre otra forma de haber construido mis cimientos de forma más sólida que como lo hicimos aquellos años en Granada. Es en estos años cuando tocaba hacer locuras, experimentar, pringarse, equivocarse y enamorarse erroneamente. No me arrepiento de nada.

Me reencontré con Paloma y su familia en su casa de Vitoria este 2016, antes de emprender mi camino de Santiago. Su mirada azul y brillante, sus ademanes andaluces, su energia, su espontaneidad y su risa que vuela, aún estaban allí. La vuelta a un lugar conocido y familiar, de esos que te alegra el corazón.  Nos volvimos a encontrar este mismo año en Jerez en la comida de un «pollo correteao» en el campo de sus padres, y en unos días me tiro a verla de nuevo.

img-20161221-wa0030La misma sensación de bienestar para el corazón, que al recibir, hace 3 años, un mail de Lorena , esa belleza pelirroja que me robó el corazón. A Lorena, la encontramos y rodeamos en Los Carbajales una mañana de domingo mientras ella tomaba tranquilamente el sol, y nosotros volviamos de un fin de semana eterno, con ese bamboleo de cuerpo propio de 2 días sin dormir. Lorena y su casa en la ladera de La Alhambra,Lorena y su cariñosa manera de expresarse, Lorena: centro neurálgico y de reunión de muchas personas bellas, entre las que destaco a Javi, el mejor escritor que conozco, y con el que he compartido parte del camino en Berlin estos últimos años. Lorena era hogar, y a su hogar actual en Porto Colom, Malloca, viajé hace unos meses , para retomar el lazo de aquella amistad. Otra vuelta a casa, otro «regresar es viajar». Ha sido maravilloso reencontrame con Paloma y Lorena este año, dos excursiones emocionales que no pienso dejar de repetir. Ellas son Granada y Granada son ellas. Dos personas, un tiempo y un espacio que llevo en mi mochila de la vida para y por siempre.

Viaje-mallorca.Lorena y mis nuevos sobrinos.

Y hablando de reencuentros y los lugares donde se dan, estas ultimas semanas han estado marcadas por un viaje virtual, via Wassap, a mis años más infantiles y adolescentes, con aquellas con quien los compartí. Una buena mañana me encontré embarcada, sin haberlo yo pedido ni nada de eso, en un vuelo compartido con gran parte de mis antiguas compañeras del colegio. Al verme ya allí montada, con el cinturón puesto y un zumo de tomate servido en la bandejita, no me gustó. Yo tenia otros planes, y en lugar de zumo de tomate prefiero normalmente uno de melocotón, incluso un vino. Que manía de elegir por una.  Dí un vistazo a las pasajeras del avión, algunas me sacaban una sonrisa, otras rechazo, y la gran mayoría …pereza. La vida misma.  Lo único que quería era llamar a la azafata para decirle que parara el cacharro, que me bajase las maletas, porque quería abandonar inmediatamente, que se trataba de un error. De hecho, no hubiese servido de nada. Luego he observado que quien se tira en paracaídas- como último recursos para escapar- el avión la rescata al vuelo en una pirueta magistral, y la vuelve a poner en su asiento. Inutil resistirse.  Pero, acompañada por mi siempre fiel «espíritu viajero», decidí darle una oportunidad al viaje, disfrutarlo y ni siquiera preguntar por el destino…Sorpresa!!. Bien, como decía, empecé a interactuar, a mirar las fotos que nos pasábamos de mano en mano, a participar de las conversaciones, de los chistes, de las terapias…. Empecé a disfrutarlo, a emocionarme, a sentirme orgullosa y feliz de ser parte de esa expedición.  Nos reímos, nos enseñamos, nos escuchamos, nos queremos con un cariño que ha traspasado los 20 añazos que han pasado. Ahora, no hay un sólo día que no sea capaz de montarme a ese avión, me tiene enganchada.  Ya hemos celebrado a bordo el día del » See you later y me piro», el día de terapias con nuestra psicóloga  a bordo: Solivia, el día de la búsqueda y captura de la chica misteriosa, la noche del chocolate Suchard,  bueno…un sinfin de aventuras que no hubiese esperado disfrutar tanto. Oye…y sin entrar en la paranoia de las canas, las arrugas, la cera y los peluqueros…ni política! No he visto viaje igual…admirable! El viaje del cariño. Ahora ya sé que llegamos a Tarifa el 28 de diciembre a un sitio que se llama Pachamama- la madre tierra-. No pinta nada mal para terminar el año. Un agradecimiento especial a la capitana del avión: Maribel Andujar…que entre otras cosas ha sido una gran sorpresa de fin de año.

img-20161222-wa0005Y todavía no os he contado el viaje  que llevo haciendo todo el año, y aun hoy día, en un país llamado Krisisland. Su slogan turístico reza así: «El país donde se rompe el camino y se toman decisiones». Sugerente, aunque no exento de rincones muy inquietantes. No fue un destino escogido, me salió al paso, como una de esas ofertas de vuelo que no se puede rechazar. Alguien me ha dicho que es un destino muy solicitado cuando se acercan los 40. Puede ser, aunque me sorprende porque nunca me he dejado llevar por paranoias de arrugas y canas. Tengo inquietudes vitales, ganas de un cambio  profundo de estado, de vida y de espacio. Necesidad de cercanía con un clima más calido que el duro frío berlinés, necesidad de un clima menos crispado que el de centro Europa, necesidad de montañas y huerto, de la lengua conocida, de los sabores de la niñez – mi paladar se muere- necesidad de volver. ¿Como?, ¿donde?, ¿cuando?, ¿de que?, ¿por que?. Vine a Krisisland a buscar respuestas -y ofertas-, como otros van a buscarlas al camino de Santiago, y en esas ando todavía. Una mañana, sus impresionantes amaneceres me iluminan el camino a seguir, pero tan pronto como comienzo a caminar, se empeña en ponerse a llover, así que sigo caminando pero hasta los topes de barro. El clima en Krisisland es de lo más inestable amigos, pero desde hace una semana que hace mucho más sol que nubes. El valle que estaba oculto por la niebla, comienza a vislumbrarse…y ¿sabeis que? Promete maravillas. 😉

camino-de-santiago-camino-primitivo-asturias-sonsoles-lozano-11Muchas más cosas pasaron este pasado año: pequeñas incursiones a lugares remotos de la memoria, excursiones de 1 solo día organizadas por mi «Corazón Travel Agency», escapadas de fin de semana a Los Instintos, que son una especie de fiordos noruegos pero más salvajes todavía, etc…   Y lo que queda por venir…

“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos.” -Marcel Proust

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Sonsoles Lozano.

 

 

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