Trekking en Myanmar. De Kalaw al Lago Inle.
Búfalos de agua arando los campos, chiles secándose al sol, olor a jengibre y cúrcuma, arrozales infinitos, diferentes tribus y sabor a té en cada aldea. Birmania nos abrió su corazón más puro, su paisaje más rural y étnico, en este trekking en Myanmar de Kalaw al Lago Inle.
“Abrid los ojos. No tengáis miedo ni verguenza de hablar con las tribus con las que conviviréis. Preguntad todo lo que os resulte curioso a vuestro guía, no os quedéis sin nada por saber, porque para eso estáis aquí: para aprender. Pasaréis por plantaciones, campos de cultivo, varias tribus de diferentes etnias y por campos -ahora verdes- tras la época de lluvia. Es muy importante que estéis aquí, para vosotros y para nuestra gente. Abrid bien todos vuestros sentidos. Ahora ya podéis ir, os deseo una vida llena de generosidad, amor y felicidad”
Sam, un veterano en los -cada vez más populares- trekkings de Kalaw al Lago Inle, desde que en el año 2003 se abriese el país al turismo, nos despide así en la puerta de su empresa familiar: ancestral, luminoso y solemne, como un búfalo de agua.
Nos deja en manos de Jolie, un joven y simpático local, con un nivel de inglés más que decente, que terminaría siendo uno de los mejores hallazgos humanos del viaje. Sorprende el mimo al formar grupos pequeños, que raramente se cruzarían en todo el trayecto, ya que existen diferentes caminos y aldeas por visitar. El concepto de “turismo sostenible”, tan teorizado y baqueteado en occidente, es aquí una aplicación natural del sentido común y de amor a la tierra. No se masifican sus caminos, se cuida el impacto sobre el medioambiente y la cultura de sus tribus. Además, los beneficios económicos se reparte entre los locales. Orgánico, natural, inocente, ético.
Jolie. Apuntando maneras desde primera hora….:)
Kalaw- pronunciado “caló” y situada a 250 km al sur de Mandalay, es la puerta de entrada al Estado Shan, que toma su nombre de la etnia mayoritaria que habita en estas tierras. Esta población- en la que no hace nada de “caló” por situarse a 1.323 ms.n.m- fue fundada por los británicos como estación de montaña y es conocida por ser el lugar preferido por senderistas: la meca birmana del trekking. La distancia hasta el Lago Inle es de unos 60 Km que puedes decidir hacerlo en dos o tres días. Para aprovechar la experiencia al máximo y empaparse a fondo del sabor rural y local que nos espera, recomiendo realizarlo en tres días. Hacerlo por libre no es una opción, ya que no se encuentra señalizado y además son varios los caminos por los que hacerlo. Más que me gusta a mí ir por libre y sin que me lleven y traigan, poca gente habrá, así que si lo escribo aquí especificamente es por algo: ni lo intentéis, sería una verdadera locura!
Existen varias agencias alrededor de la zona del mercado que ofrecen diferentes opciones. Sam,s family y Eversmile, son sin duda las más reconocidas, por su trato y precios. Una media de 25 € por persona, los tres días, incluyendo comida y alojamiento, no parece un mal plan. De hecho, nos quedamos bastante alucinadas con el precio irrisorio. Elegimos finalmente Sam,s family y no nos defraudaron ni un poquito: ni el propio Sam, ni su «familia».
Día 1. Té, Puros y Golden Corn….
El primer día comenzamos a andar directamente desde el centro de Kalaw. En total, recorrimos 22 km entre campos de arroz, plantaciones de té y alguna subidita de montaña. Un primer descanso a pie de un lago, sirve para tomar contacto con los compañeros de aventura- nunca más de 5 o 6- y coger fuerzas para comenzar a subir la pendiente que lleva a unas vistas espectaculares y a la parada para almorzar. Nuestro grupo lo formábamos una pareja de franceses en luna de miel 6 meses por Asia: Louise y Pierre, una berlinesa afincada en Paris ( Lydi), Jolie nuestro guía tierno, vacilon y chico, Natalia y yo. Una mezcla que dio muy buen resultado en un ejercicio de sinergias perfectamente orquestada. Sinergías viajeras y acercamiento de filosofías y espíritus. La noche de este primer día sellaría esta unión, pero antes de relatar ese episodio sigamos avanzando por esta pendiente de montaña, que sería realmente la única digna de llamarse pendiente en todo el trekking.
Al llegar arriba, comienzan los campos…
En medio de este paisaje, de aspecto selvático, sorprende un sonido como de cable de alta tensión a punto de traspasar la barrera del sonido, un sonido artificial que cuesta creer que proceda de un ser vivo y orgánico. La sorpresa viene, sobre todo, cuando el guía nos indica, con sus dedos, el tamaño del animal: minúsculo. También nos sorprende el olor de un trozo de madera que Jolie le ha arrancado a un árbol a golpe de machete: ¡huele a alcanfor!. El “Cinnamomum camphora” – el árbol del alcanfor-es otro de los innumerables secretos, en forma de vida vegetal, que pueblan este país.
Un lugar indicado como “View Point”, hospeda nuestra primera parada para comer. Unas mesas techadas, se asoman a un paisaje deslumbrante donde plantaciones de té, con todo el verde clorofílico que puede caber en el mundo cuando la temporada de lluvia se termina, se desparrama a raudales. Myanmar es un vergel y, desde este preciso lugar, se muestra en todo su esplendor. La comida: variada y abundante, cocinada a medias entre los cocineros locales del lugar y el propio guía, que orgulloso anuncia que esos aguacates deliciosos que estamos comiendo son de la huerta de su madre. A este tipo de detalles es a lo que yo llamaría verdaderamente “lujo asiático”.
Se continúa el camino, ya completamente llano, hasta una aldea donde el olor a té, al doblar la esquina de un monasterio, golpea el rostro. Grandes telas se esparcen en el suelo, donde primero se seca y luego se dividen las hebras grandes de las pequeñas del té. A ello se dedican en esta aldea, donde viven miembros de la etnia “Danu”, una de tantas que ocupan el estado Shan.
Separando las hebras grandes de las pequeñas bajo la atenta vigilancia de los guardianes…
Limpiando las hojas de té frescas.
Un cigarro típico birmano enrollado en hojas de maiz
Trabajo a mano, con dedicación. La oportunidad de probar esta materia prima sin adulterar, así como de degustar un clásico cigarro artesanal liado en hojas de maíz, llega en el momento propio: el del descanso de la tarde. Es una pausa ideal para observar y estar. Observar esa casa de paredes ennegrecidas por el humo del fuego que se aloja en el centro de la estacia; y de estar, simplemente «estar».
Estar en el sorbo del té, en la calada del cigarro birmano, en la explicacion de Jolie sobre los «nats». Estar en esa dependencia, tan acogedora como oscura, acompañados de la sonrisa permanente del pueblo birmano, tan inocente en sus pocos años de interacción con el turismo, como pacífico en su budismo ancestral. Ese señor de la esquina que maneja la tetera con pericia, el rostro surcado de arrugas, chupadas permanentes a su cigarrillo y milagrosos dientes blancos- a salvo del popular “betel” –, es el anfitrión. Asegura, a través de Jolie, que odia ir a Kalaw y que le ofrezcan té los amigos. – ”Eso no es té, es agua. Y como está feo decir que no, prefiero quedarme aquí en la aldea»
Té de verdad es lo que él ofrece, con un brillo que desarma en la mirada. Y té es lo que tomamos, en todo su amargor y esplendor. Un chute de energía que se agradece al afrontar la recta final de esta primera jornada, la cual transcurre por una vía de tren, por donde hay más tráfico humano que sobre raíles. Justo se coincide con la hora en que la jornada en los campos termina y las trabajadoras birmanas vuelven al hogar, azada al hombro.
Una pequeña aldea, formada por no más de seis casas familiares nos da la bienvenida para pasar la noche….¡y que noche! El baño: un agujero en el suelo. La ducha: un cubo junto a un barreño mayor, lleno de agua fría. Eso sí, preservando la intimidad en una caseta de tablas de madera de teca, como no. Nuestra habitación: la dependencia del piso de arriba de la casa, con colchones de poco más de 1 cm, todos muy juntitos, y mucha manta con estampados de colores estridentes. En términos de autenticidad, lo repito: lujo asiático. La cena del anfitrión sigue la misma linea: arroz, pollo al curry, fruta. Hay que advertir que la gastronomía de Myanmar no goza de la buena salud ni variedad que la de su vecino tailandés.
En esta primera noche, celebramos la comunión del grupo, sellamos para siempre la hermandad en un colocón bastante surrealista a base de «Golden Corn», un licor de maiz artesano y local. El peligro se veia venir. Jolie intenta-sin éxito- trazar el itinerario de mañana, señalando las paradas con bolas de pan que se caen sin cesar. Ahora Jolie se abraza a Pierre y se pregunta por que tiene tanto pelo mientras le toca el pecho poblado, y ahora nos hace oler su «longyi» que lo ha lavado su madre y es gloria, y realmente huele como si mi madre hubiese tirado el mimosín entero a la lavadora. Ahora hace el bicho bola entre nuestros brazos en un show de borrachera tierna que nos desarma a todos, ahora se relia entre las mantas formando un atillo donde no se distingue la colcha del longyi…Y nosotros flipando con la situación, y borrachillos tb. Luego llegó el momento «clásico» de exaltación de la amistad, unos besos, unos abrazos, unas promesas de «hasta la muerte» y en fin…todo «eso».
El anfitrion de la casa se pone a tostar cacahuetes mientras la «penultima» ronda de chupitos da su vuelta en aquella dependencia tan acogedora como sórdida a partes iguales. Más tarde le daría por freir raspas y piel de pescado, con ojos rojos del licor y sonrisa perenne. Unas horas de surrealismo a la luz de velas, que dio paso al sueño. Subimos a nuestro cuarto, coronado por un altar a buda donde había dos Fantas de naranja a modo de ofrenda. Todo muy dulce y muy pop. El privilegio de dormir como duerme un birmano, de compartir su comida y la costumbre de descalzarse, las miradas curiosas de los niños y la sonrisa tímida de la familia; recibir el olor de sus animales y el frescor de sus noches. Creo que fue en ese preciso instante, cuando sentí que esa fascinación llamada Myanmar se instaló en mitad de mi pechito y mi recuerdo, por y para siempre jamás.
Amanecemos con la llamada del gallo, que ya a estas horas tempranas busca otro igual con el que medir su testa y espolones. Al desayuno, con esa permanente leche en polvo que acompañará todo el viaje, no le falta su fruta, sus tostadas, su café y su buen té. Hoy es el día de las plantaciones y hay que coger fuerzas. Nos despedimos de la familia y del anfitrión con los mejores deseos y una especie de nostalgia adelantada.
Salen niñas mañaneras a rondarnos.
Dia 2. Cultivos, cultivos y cultivos….
Suena un “mingalabar” al aire -que tanto puede significar hola como adiós-, y un niño casi bebé de rasgos tibetanos muy marcados, hace gestos de llevarse la palma de la mano a la boca y, desde ahí, soltarnos un beso al aire.
Comenzamos a caminar, y no se sabría decir cual es el primer cultivo que nos encontramos, porque esta segunda etapa discurre por tal cantidad y, sobre todo variedad, de plantaciones que es imposible llevar la cuenta. Cúrcuma, jengibre, cacahuete, más arroz de regadío, más arroz de montaña, tomate rojo, tomate verde, cebollas, ajos y ajonjolí ó sésamo. Y chilis,sobre todo mucho chili.
Es en este segundo día, donde se aprecia en todo su esplendor la grandeza de este trekking: la riqueza paisajística y étnica sin igual. Es en esta jornada cuando se adquieren conocimientos sobre botánica básica de la zona, plantaciones y formas de cultivos, como no se aprendería ni en un curso escolar entero. Aprendí que el arroz de regadío es blanco, y el de montaña, marrón. Que plantando sólo un diente de ajo, sale una cabeza entera. Que el cacahuete sale, sorprendentemente, de un arbustillo muy suave, demasiado suave para que dé cacahuetes, envueltos ellos en su corteza prehistórica. Que muchos de los trabajadores que vemos en el campo están trabajando- en comunidad- el campo de otras personas, porque a través de las buenas obras a la comunidad es como se va obteniendo un cachito de Nirvana (cielo). Que la pasta amarillenta y arenosa que suelen llevar en la cara, llamada Tanakha, sirve principalmente como protección solar, pero que es el elemento más estético y de coquetería que existe en el país. Que los búfalos de agua son animales majestuosos y tranquilos; y que el pueblo de Myanmar destila una inocencia que desmonta.
Mis personitas del ajo, ganándose decentemente su cachito de Nirvana.
La riqueza étnica y lingüística es indudable. Los Shan, la etnia mayoritaria que ocupa esta región incluyen 33 grupos étnicos que hablan, al menos, 4 lenguas o dialectos diferentes. En este segundo día, se entra en una región dominada por retazos rojos, que a modo de parches salpica el paisaje: son los chilis secándose al sol. Un rojo que hace conjunto con los vistosos pañuelos en la cabeza, característicos de las mujeres de la tribu Pa-o – también llamada Taungthu o Karen Negros– que simulan la cola de un dragón, un animal con el que sienten máxima identificación desde tiempos ancestrales.
Es aquí donde nos enteramos, a base de preguntar absolutamente todo, que estas tribus mantienen con celo su costumbres tradicionales: el modo de trabajar la tierra, su lengua y sus ritos matrimoniales: está mal visto que miembros de etnias diferentes se casen; en tal caso deben abandonar su aldea. Que en toda población, las personas más importantes son: el líder del pueblo, el monje y el maestro. También, que la herencia no pasa de padres a hijos, sino de abuelos a nietos. Porque cuando estos últimos comienzan a construir su vida, los padres ya están “instalados”. No está carente de sentido en absoluto.
Paramos para comer en un sitio muy agradable, donde la visión de una zona chill nos hace tener nostalgia del descanso, pero sabemos que tenemos que continuar. Aquí vi algo realmente curioso: un birmano obeso. pero eso sí, como era el chef se entendía y además le pegaba.El Chef
Otra parada y
otro té, un ver las manos experimentadas que se encorvan frente al telar tradicional, algunas preguntas, un pequeño descanso y a seguir camino.
Y seguimos atravesando plantaciones, y seguimos comprobando que por el motivo que sea el «corn» no nos abandona.
Los chicos del máiz.
Esta segunda noche, se duerme en una aldea donde sus habitantes llaman la atención por llevar una especie de toalla enrollada en la cabeza. Entre el tradicional arroz, pollo al curry, ensalada de tomates verdes con aliño de cacahuete, también viene un platito de patatas fritas. Sí, patatas fritas, ¡pero que patatas!, que comemos a la luz de velas, porque la luz, – un clásico en Myanmar- se ha vuelto a ir. Un monasterio de niños en el centro de la plaza, nos despierta con su musiquita de gramófono y “campanadas” enlatadas. El gallo le hace la competencia con su cacareo, apagado por el griterío de los niños que ya se dirigen a la escuela con sus camisas blancas impolutas y sus longyis verdes reglamentarios. Desde la ventana de la segunda planta de esta casa tradicional de bambú, se ven como van pateando una pequeña pelota de caña, llamada “chinlone”, que es también el nombre del juego tradicional en Myanmar. Normalmente se juega en corro y tan sólo se puede usar pies y cabeza para lograr que esta «pelota de caa» no caiga al suelo y se mantenga en el aire el mayor tiempo posible, pero su influencia ha llegado al tradicional “voley”. Aquí el “vóley” es sin manos, y es el juego estrella de cada recreo.
Pagoda, cesteria y partido de Chinlone
Mientras unos niños juegan al chinlone, a otros les toca cumplir con sus dos años de monasterio.
Dia 3
Enfilamos la tercera etapa, de tan sólo media jornada, hasta el Lago Inle con una serie de sentimientos encontrados: las ganas, curiosidad y emoción por llegar al Lago Inle, y la pena por abandonar al grupo, al guía y estas maravillosas etnias con las que hemos convivido. Como si saliendo de esas montañas/vergeles, la magia fuese a romperse y nuestra intuición se pusiese alerta ante el mundo mediocre y conocido. Pareciera que el olor de la cúrcuma y del té ya se fuese quedando atrás, así como la inocencia de un mundo por cuyo futuro comenzamos a temer.
En un último paseo, sin grandes desniveles, se comienza a avistar el Lago Inle, pero aún quedarán un par de horas para poder alcanzarlo con las piernas, no sólo con la mirada. Una última comida con Jolie en Inn Dein, población flotante en uno de los canales del Lago Inle, servirá de despedida a estos tres días recorriendo el corazón más profundo de Myanmar. Una barca típica del lago Inle espera en un embarcadero, para llevarnos en un agradable paseo de bienvenida, hasta Nyaungshwe, centro de operaciones desde donde pasar unos días navegando entre jardines y casas flotantes, observando la forma tradicional de pesca y siguiendo el proceso de enamorarse perdidamente de la gran sonrisa birmana.
VOCABULARIO DE MYANMAR
Tanaka: Pasta amarillenta, arenosa pero de agradable olor que se ponen en la cara a modo de protector solar, pero también funciona como un elemento estético. Si se observa bien, se pueden ver cientos de diseños/ dibujos diferentes.
Betel: el vicio por antonomasia. Esta mezcla de nuez de areca , especies, tabaco y hidróxido cálcico- que parece y huele a cal artificial-, envueltas en hojas de betel, es tremendamente popular en Birmania. Funciona como estimulante, y es tremendamente cancerígeno, lo que no frena su uso a todas horas, y el desagradable sonido de mil escupitajos lanzando al suelo su saliva rojiza.
Longly: tela larga, de unos dos metros de largo aproximadamente, que sirve de prenda tanto para hombres como para mujeres. Se la anudan a la cintura de forma muy hábil, y si toca una partidita de “chinlone” se lo suben por los muslos de forma muy sexy.
Chinlone: deporte nacional, con pelota de caña, que es justamente el significado de la palabra. El objetivo es no dejar que la pelota toque es suelo, usando tan solo cabeza y pies. Nada de manos.
CÓMO LLEGAR A KALAW:
En autobús desde Yangon y Mandalay hasta Kalaw. Tardan alrededor de 12 horas y suele costar- depende el nivel del bus- entre 4 y 8 €. Desde Bagán, son unas 5 horas solamente. Si vas holgado de presupuesto y corto de tiempo, puedes tomar un avión de Yagon a Heho (que está a 30 kilómetros de Kalaw), por unos 120 €
CUANTO CUESTA UN TREKKING EN MYANMAR
Hay varias agencias que ofrecen este trekking en la calle alrededor del mercado, así como guías particulares que te ofrecen en tu lugar de alojamiento. Recomiendo Sam,s family por tratar estrictamente con grupos pequeños ( no más de 6 personas), y por tener un precio muy competitivo: 25 € por persona, los tres días, que incluye el servicio de guía, todas las comidas y alojamientos en casas particulares. A eso hay que sumar unos 10$ que es la tasa por entrar a la zona del lago.
QUÉ LLEVAR PARA EL TREKKING EN MYANMAR
La mayor parte de nuestro peso lo llevan en coche desde Kalaw a l Lago Inle, así que sólo tienes que cargar con lo básico: gorro, protector solar y gafas de sol en cualquier época del año. Repelente de mosquitos, especialmente en verano. Chubasquero que cubra también la mochila, especialmente en época de lluvias aunque recomendamos llevarlo igualmente en cualquier época del año. Calzado de trekking cómodo, no son necesarias la caña alta, a no ser que se realice en plena temporada de lluvia.
Fotos y Texto: Sonsoles Lozano.