Llegamos a Chivay maravilladas con el paisaje de la Reserva de Salinas y Aguada Blanca. No sabía si por el Sorojchi o la infusión de las hojas de coca la cosa es que no me había afectado nada el famoso mal de altura o «sorocho», la cosa es que Natalia no tomó más que la infusión y tampoco sintió nada.
Cuando nos apeamos del bus nos dimos cuenta que entrábamos en Perú profundo , ó como nos gusta decir a los viajeros: auténtico. El color de las ropas indígenas inundó el paisaje, y los diferentes sombreros salpicaban las calles. Aunque el aire seguía siendo terroso, como corresponde a la región, estos añadidos de color aportaban una gran alegría a la vista. Vamos, ¡que alegraban las pestañas!
Chivay es pueblo rodeado de montañas, la entrada al Cañón del Colca y el primer encuentro con la cara interior e indígena del Perú. Nos quedamos una sola noche porque las ganas de comernos andando el cañón eran inmensas. Aún así nos dió tiempo a recorrer el pueblo varias veces, ya que es pequeño. Aquí va una ojeada de lo que se huele en Chivay.
La primera alpaca que tuvimos cerca, luego vendrían muchas más. Por cierto que esa noche probamos la carne de alpaca y estaba buenísima.
Copias y colores.
Digitales ó analógicas, ellas tres están de foto.
Luego recorrimos las cuatro calles que rodean al mercado. Ay, los mercados peruanos tienen algo…todos lo tienen, pero estos…
Vi a una niña con una alpaca pequeñita en un brazo, un cubo pesado en la otra, y como no le quedaban manitas, se dedicaba a perseguir e intentar controlar a una tercera alpaquita que se perdía entre las piernas de la gente. Decidí ayudarla y ¡finalmente lo logramos!.
Lo que no se puede impedir es la timidez que les embarga al ponerse frente a una cámara de fotos.
Luego me empeñé en que quería un gorro. Soy fan de los sombreros, sobre todo los originales de cada sitio, pero Perú en ese sentido es un carnaval. Así que para empezar decidí uno molón que me protegiera del sol.
Y así me vi convertida en la prima de Juan Valdés.
El sombrero de mujer más común en esta zona es justo el que lleva la del puesto de café al aire libre. Con puntillitas, y mucha pedrería. Aparentemente es muy delicado y tienen que cambiarlo por uno nuevo prácticamente cada año.
Seguimos recorriendo el mercado…
¡Chuches!. Yo, que también soy muy fan de estas mierdecitas y del petróleo de colores ( golosinas) me quedo petrificada frente a estos puestos. No dejéis de probar el «manjar», que no es más que el argentino dulce de leche en paquetitos individuales.
Una doña maja pero inquisidora.
En una de las calles laterales, esculturas con diferentes tipos de trajes y disfraces regionales, flanqueaban el paseo. Lo malo es que se encontraban sobre enormes pilares en los que bien hubiese cabido una placa explicativa, o al menos un titular. Aquellas personas congeladas en el tiempo y el espacio solo se entendían entre ellas. Pero quedaban muy bonitas, eso si.
A falta de nada por ver, entramos en la iglesia.
Ya la primera impresión fue muy guay. A Natalia y a mi se nos escapó un «ahhh» al mismo tiempo, y es que aquella pequeña iglesia de pueblo era realmente preciosa. Fresca, alegre y luminosa. El color vivo de los frescos que adornaban las paredes eran una maravilla. Sin duda es la iglesia pequeña más bonita y «cousin» que he visto en todo el Perú, y me pregunto ahora si quizá de todas las que he visto siempre.
Tras quedarnos boquiabiertas un rato, nos entró hambre, así que nos fuimos a cenar y a descansar porque nos esperaban 3 días de caminata intensa por el que dicen, el segundo cañón más profundo del mundo. Uhhhh.
Buenas noches. 🙂
Datos de interés:
Llegar a Chivay: Desde Arequipa. 13 soles. 3 1/2 hr. ( Compañía Andalucía).
Alojamiento: No recomiendo en el que nos quedamos. He olvidado hasta el nombre. Pero tenéis bastante donde elegir alrededor de la plaza principal. «Busque, compare, y si encuentra algo mejor, compreló» 😉
Comer: Hay puestos alrededor del mercado, así como restaurantes muy baratos que ofrecen menús a 6 soles.
que maravilla!
Alucinante Martiska! 🙂