Mindfullnes sin saberlo.

«El pasado nos tortura y el futuro nos encadena. He aquí porqué se nos escapa el presente»

Gustave Flaubert.

Hace rato que me lleva rondando una pregunta: ¿Cuantos  de vosotr@s viajáis en el tiempo? Sí, en el tiempo.

Ya estáis pensando en máquinas de película, en el «Ministerio del tiempo», en tecnología avanzada y vida extraterrestre. Como si lo viera. No, no va por ahí la cosa. Me explico.  Siempre hablamos de ir «aquí» o «allí», de ir a París, a Machu Pichu, a Chinchón de la Vega o a Pekín. Es decir, hablamos de espacios. Viajamos y nos movemos en el espacio geográfico, pero ¿ y en el tiempo?.

Me he dado cuenta, con el paso de los años y al verme por primera vez en mi vida, viviendo en esa rutina y zona de comfort de las que siempre renegué,  que los que poseemos  este espíritu Wanderlust, nos lleva a vivir en un estado de ansiedad en el que la única meta y objetivo vital es el próximo viaje. Es decir, vivimos permanentemente en el futuro y en otro espacio.  Vivimos allí, no aquí. Pero esto sólo nos pasa cuando estamos  en casa, en la inmovilidad;  porque cuando estamos allí-viajando-estamos allí, y también en el  ahora. Cuando no nos movemos, el mundo se pone al revés. Es desesperante.

asi1383392_4802022068840_666218034_nEsto que hoy en día llaman «mindfullness», que no es ni más ni menos que una occidentalización de las prácticas de meditación que se llevan practicando en oriente hace miles de años; una visión «científica» y «validada» de la meditación. Como si todo tuviese que pasar por la certificación del hombre blanco y occidental, para que tenga validez y pueda ser considerado como algo serio.
Hasta la década de los 90- con el movimiento New Age-, el yoga y la meditación eran prácticas propias de «perro flautas» y «hippies». ¡Qué nos gusta una etiqueta! Hasta que comienzan a surgir rastas de peluquería con camisas  burguesas para ayudar a suavizar esa imágen del «colgado» universal. Bien, pues parece que hoy día nos hemos vuelto todos colgados: las prácticas espirituales están de moda y son un negocio de lo más lucrativo.  El mindfulness o atención plena vende montañas de libros, otras tantas aplicaciones para teléfonos móviles, cursos y artículos. Incluso la revista Time le dedicó una portada. En el parlamento británico se presentó hace unos meses un informe, Mindful Nation, que recomienda implementar esta práctica en varios ámbitos de la política pública. Su irrupción ha sido en varios frentes, no sólo de la salud o la educación sino también de los negocios, con Wall Street a la cabeza.

Yo no sé a vosotros, pero a mi me da que pensar. Es más, creo que con esta exaltación occidental nos estamos cargando la verdadera esencia de estos movimientos que parten de la filosofía budista. Estamos matando su espiritualidad, y ya se sabe que sin tetas no hay paraíso. Cuidadín, que somos especialistas en cargarnos lo más bonito. Me preocupa la falta de contextualización, digamos de «memoria histórica».  Pero este escrito mío no va de desmontar ningún movimiento, que por otra parte, hace mucho bien a muchas personas. Esto va de tomar la esencia: atención plena y enfoque en el presente más presente, despojarlo de sus nombres y etiquetas que siempre sirven para vender, y retomar esa esencia sin ponerle nombres. Porque para muchos, el mindfullness es simplemente «quedarse en babia»: una especie de ensoñación más o menos consciente pero que hace las «veces de». En un sentido más consciente, podría ser estar «creando»- en el sentido del artista o creativo creador-, u observando con atención el devenir de la vida desde una terraza. Pues no me he pasado horas en mi ventana de Berlín, abstraida totalmente, pero diseccionando conscientemente cada detalle que pasaba en la Manteuffelstrasse.  Y de eso quiero hablar. De cómo, a lo largo de mi vida, y hasta la semana pasada que tuve una sesión brutal y preciosa, he practicado mucho mindfullness…¡sin saberlo!

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También quiero hablar de cómo algunos momentos cotidianos y rutinarios pueden ser de una atención plena inimaginable, tan intensos en su transcurrir que, en sí mismos, son auténticos viajes.  En esta lucha por lidiar con este cambio de ritmo y forma de vivir, he descubierto los viajes al tiempo presente. Sí sí, como lo oyes: viajes al presente, de tal intensidad y profundidad que me hacen incluso volver tan cansada y plena como pasarme meses de mochilera entre la India y Pakistan…vamos, ¡agotador!

En realidad, viajamos permanentemente en el tiempo: de alante, hacia atrás y vuelta hacia adelante, y así en un loop continuo que permitimos que nos ocupe la vida entera. Recordamos, imaginamos, añoramos, planeamos, organizamos las agendas, miramos el reloj de continuo, … es decir andamos entre el pasado y el futuro todo el tiempo.  Pero ese espacio intermedio de los otros, que es -ni más ni menos- que nuestra auténtica vida, se nos suele escapar delante de nuestras narices…nunca mejor dicho. Porque el presente es exactamente eso que pasa- que está pasando- justo aquí y ahora delante de tus narices. Ahora mismo escribo narices en mi ordenador, oigo el tic tic de mis dedos en el teclado y en la pantalla aparecen esas patitas de araña sobre un limbo blanco que dice…narices…narices…narices. ¡Toma mindfullnes!. Pero este presente se acaba justamente aquí…¡narices ya es pasado!  Quizá porque el presente es tan intenso- ¡todo el rato es presente!-, sea esta la excursión más díficil de todas.  Viajar al presente es definitivamente una movida, pero si aprendes a tomar ese transporte en diversas circunstancias, podrás viajar continuamente sin tener que sacar ni un solo billete ni visado.

Para mis viajes en el tiempo me muevo en tres medios de transporte basicamente: la atención, la memoria, y la imaginación. La memoria me lleva al pasado en una linea de alta velocidada, que suelo intercalar con viajes en trenes de tercera regional, esos que llegan a los rincones más recónditos -a  veces muy reveladores, a veces muy sórdidos-de mi memoria. Con la imaginación suelo viajar al futuro aunque me suele llevar donde le da la real gana. El otro día le dio por irse al pasado a cambiar cosas, así por la cara. Es que es muy anarquista ella, y me encanta. Y finalmente uso la atención…¡ay la atencion!. La atención es el transporte del presente y se cotiza cara. La tanzanita es calderilla a su lado, así te lo digo.

¿Como viajo al presente?

Leyendo.

yo leyendo 984273_10202527110859409_4893723649914956473_nPocos ejercicios de concentración más potentes se me ocurren que la lectura y la escritura. La lectura sin duda es lo que más ha moldeado mi atención y mi empatía. Fijar mi mirada en esos caracteres que se garabatean sobre fondo blanco, dotarles de sonidos que tienen un significado, y a la vez que ese gesto de concentrarme en las letras active- y lo noto y todo!- mil partes de mi cerebro, que se pone a funcionar excitado, desde la imaginación a las emociones, manteniéndome en suspenso a veces durante horas.  Si eso no es una especie de mindfullness que venga Vicente Simon y me lo diga a la cara.

Fotografiando.

peru-2013-paracas-54Observo con detenimiento la realidad que se me presenta ante mis ojos: la luz, las sombras, las lineas, los rostros, los colores….pongo mi ojo en el visor y entonces el mundo se reduce a un rectángulo donde ordenar los elementos. Ya no veo un perro, veo una sombra, no veo una carretera, veo una curva preciosa, no veo el mar y la arena, veo una conjugación de verde azul degradao y amarillo lavado, no veo una persona, veo una mirada. Es tanta la atención, que la realidad y sus elementos se metamorfosean en otra cosa. Como cuando a veces meditas y te terminas evadiendo del espacio y el tiempo.

Viajando de mochilera.

salinas-maras-moray-sonsoles-lozano Puesto que en este tipo de viajes, el mañana existe a medio gas porque no se planea nada ni fakta que hace, y el pasado se deja en casa durmiendo en el colchon cómodo, con sus miedos, sus barreras, su stress, y en fin sus cositas, el presente toma un protagonismo que pocas veces consigue en circunstancias de rutina normal. Pocas veces tengo tanta conciencia del presente como viajando como mochilera. La vida se reduce al aquí y al ahora de forma automática, como mis pertenencias en la vida, que se limitan exclusivamente a lo que cabe en la mochila. Llegar al destino, buscar alojamiento, ducharse, buscar donde comer, pasear observando los nuevos colores, aspirar los nuevos olores, saborear los nuevos sabores, y aguzar el oido en busca y captura de sonidos y lenguas extrañas. Observar en plenitud. Sentarse sin las preocupaciones de la vida rutinaria-facturas, horarios, obligaciones…-simplemente a observar el mundo. Como la tierna escena -« Exposición de la satisfacción«- que contemplé-con tal atención que parecía que espiaba sin espiar- en Trujillo, Perú en un momento muy mindfullness.

 

 

 

Dice la Psicóloga especializada en mindfullness: Isabel Serrano

«Cuando ponemos la mente en un solo punto conseguimos observar lo que ocurre en ese punto, y lo hacemos libremente, sin emitir ningún juicio. Eso es lo que se llama el ‘desapego’ y lo que nos permite vivir el aquí, el ahora y las emociones asociadas al presente.  Esas emociones son la alegría, la serenidad, la tranquilidad o el éxtasis, estando todas ellas «asociadas a la satisfacción »,

Pues si Isabel toda la razón del mundo, ha sido el presente más satisfactorio de las ultimas semanas, pero yo a eso no le llamaría mindfullness, le llamaría otra cosa.

Llamadlo mindfullnes, estar enamorado, estar sumergido en tu proyecto o estar poseído por las musas de la creación. La etiqueta da igual , es una cuestión puramente nominal, lo que importa es la esencia del conocimiento, y esta lección de saber viajar al pleno estar aquí y ahora es realmente importante por una simple cuestión: nos regala años de vida.

¡Yo los quiero!

 

Viajad viajad malditos!

Son.

 

 

 

 

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