Viajé a Egipto en octubre del 2006, hace ahora justo siete años. El Egipto que yo conocí estaba lleno de gente de mirada amable y sonrisa abierta. En el Cairo el ruido era el de los mercados, el barullo de la multitud, los coches del centro y la llamada a la oración por el almuédano. Cuando durante este año seguí con interés el conflicto violento que estaba inundando las calles, recordé mucho mi viaje allá y por momentos me sentía muy cercana, y muy triste de ver como en pocos diás la espiral de agresividad iba creciendo y aún no ha parado, hoy 1 de octubre del 2013.
Obvio que Egipto es uno de esos destinos que forman parte del Olimpo de los destinos y sería raro resistirse. Si además tienes una de tus mejores amigas desde la infancia, Carmen, viviendo allí por unos meses, pues el plan parece redondo. Y para terminar de encumbrar el viaje a la categoria de «redondo pulido», apenas dos dias después de mi, aterrizaba Natalia, amiga de las dos y mi gran compi de viajes.
Aterrizamos en el Cairo y logramos ver las pirámides, Abu Simbel, el desierto blanco, más templos, el valle de los reyes y lo que recuerdo con más cariño: un viaje en faluca de 4 dias y 3 noches surcando el rio Nilo.
Pero comencemos con el Cairo. Y antes que la ciudad, despachemos el tema de las pirámides y la esfinge. Sin hacer desprecio a uno de los conjuntos monumentales más importantes del planeta tierra, tengo que decir que para mi fue un tanto desmitificador, y hay otras partes del país que me gustaron mucho mas.
En primer lugar siempre vemos pura arena rodeándolas, pareciera que estuviesen en los confines del mundo, aisladas en mitad del desierto. Lo cierto es que se encuentran practicamente en la ciudad, a 18 Km del centro del Cairo. De hecho Gizah es el nombre del barrio de extrarradio, bastante feo y sin ninguna sustancia, por el que se accede a ellas. Estos carriles asfaltados comunican con ellas, y en un circuito cerrado conectan también con la cercana esfinge.
Hay algunas fotos de las que te sientes orgullosa, y esta es una de ellas, cada vez que la veo no puedo evitar pensar que es una foto de la leche, aunque sea mía, y justamente porque es mía. Formato analógico, 35mm. Esta perspectiva desacostumbrada de las pirámides de Gizah, en la que se ve una carretera de asfalto, elemento que no forma parte para nada de nuestra imagen colectiva, me encanta. Para rematar y alegría de los conspirativos, notese que aparece una especie de platillo volante en forma de nube junto a la pirámide de la derecha.
El camello bicéfalo, ¿seguimos conspirando?
Aquí podeis comprobar como el conjunto está » a tiro piedra» de la urbe, nada remoto, nada lejano, todo muy accesible. Esa forma/cabeza tan «sugerente», justo a la izquierda del señor y su burro, no es mas que la esfinge desde atrás con Cairo a sus pies.
Y desde aquí integrémonos en el Cairo. Una ciudad con unos 16 mill de habitantes es normal que ofrezca muchos contrastes sociales, arquitectónicos, etc…y el Cairo es especialmente fascinante en este sentido.
El casco más urbano da la imágen de ciudad avanzada, en la que no falta ningún servicio básico. Es más, el nivel de consumismo y por tanto la publicidad, está al nivel de cualquier capital occidental.
En los barrios fuera del centro, se sigue obsernado construcciones de estilo occidental. Muchos de estos barrios fueron construidos sobre los antigüos cultivos de la rivera del Nilo. Pero no creais que todo es así, cuando se vive el contraste es una experiencia brutal.
Tráfico caótico y absoluto, que imprime una dinámica muy particular en la ciudad: cabras y personas pasando por mitad de los coches, sin saber ni plantearse que es un semáforto ni paso de cebra, a veces al límite del peligro.
Pero aquí viene el contraste. Midan Ataba es el centro en que las calles están asfaltadas, limpias, congestión de tráfico y aspecto totalmente occidental. Pues justo en la calle paralela, al doblar la esquina ya nos adentramos en una de las partes del Cairo islámico, cuya pobreza te pega una bofetada en toda la cara. Los suelos sin asfaltar, basura en casa esquina, y el «espanzurre» de la gente en cada esquina
Espanzurre nivel familiar.
Metro de la universidad. Los vagones de hombres y mujeres estaban separados.
Y como siempre son las personas las que hacen una ciudad, y sobre todo de las que depende que tu recuerdo sea memorable, entrañable, o por el contrario una experiencia para olvidar.
Dije al principio que uno de mis recuerdos mas vivos es la sonrisa de los cairotas, un talante natural muy positivo y bromista, que se expresa en el brillo de los ojos y la sonrisa ancha. No creais que hice una selección para demostrar lo buena gente que son, pero es que es verdad, no paraban de sonreir. Debería titular una serie: la sonrisa egipcia.
Este señor, del que me fastidia no acordarme el nombre fue el panadero mas entrañable de todos mis días allí. Cada vez que pasaba me regalaba un pan recien hecho, inflado como un globo y caliente como el infierno. Yo me quemaba y el sonreía, que majete.
Unos están orgullosos de su Pit Bull, otros de sus gatetes…y a este señor se le llena el pecho de orgullo enseñándome a su cabra. Y ella se deja manejar con un gusto…
Los sombrereros, o el duo dinámico.
Este tipo de gorros se llaman «Fez»,curiosamente igual que el nombre de una ciudad de Marruecos. Estos dos personajes me hicieron sentir en Cádiz…Hay una forma particular de humor en Cadiz, que llamamos » la guasa gaditana», es algo que no se puede explicar, está a medio camino entre el vacile, el juego de palabras y la expresividad desmedida….Bueno pues eso justamente es lo que no paraban de hacer estos dos…¡guasear!
En la estación de trenes, este señor de mantenimiento, hacía gestos de: «Por que una foto a mi, precisamente a mi, por que?». Y yo quería explicarle que quedaba ahí muy bien en su tarea diaria, con ese punto de fuga a la izquierda… Pero como es complicado le sonrío, y el me sonríe.
A veces no se sabe si es mejor sonreir o simplemente hacer el intento con la comisura de los labios… o ir al dentista directamente.
Encuadernador de libros, cuadernos y todo lo que haya que encuadernar. ¡Que oficio mas bonito!.
Consolas de videojuegos comunitarias en la calle. Al menos aquí los chavales tiene que salir a la calle, que les de el aire un poquito en la cara, antes de empantallarse por horas.
Pareja en la puerta su negocio de shishas.
Me sentía observada desde las alturas.
Encima era el mes del Ramadán, así que la ciudad tenía un ritmo y olores particulares. El ramadán son 29 días de abstención, oración y limosna. Varía cada año según el calendario lunar, por ejemplo este año en el que escribo ese post 2013, tocó en pleno agosto.
Estoy detrás de una columna en esta mezquita, calculando el tiempo y midiendo el ritmo que tienen al rezar. Quiero situarme entre las columnas de oradores para sacar esta foto, consciente de que si alguno levanta la cabeza posiblemente lo considere una falta de respeto: mujer, occidental y en pleno ramadán, aunque nada mas lejos de mi intención. Cronometré, salté, disparé y aquí está.
Policía leyendo el Corán en la calle.
Jugo de tamarindo y algarroba, a los que estaba enganchada cada mañana. A esa bolsa se le hace un agujerito en el culo y a beber a chorrazo, lo malo es si no te apetece todo de golpe…
No se puede comer en todo el día y parte de la madrugada, pero cuando se empieza a poner el sol, los puestos y tiendas de comida reviven, el aire se llena del humo de asados, y los colores y sabores invaden la calle.
Está comprobado, y para esto no hay culturas que valgan: prohibe algo y harás que el deseo por lo prohibido se multiplique hasta el infinito.
Es la hora del «Iftar», literalmente des-ayuno…que tiene el mismo sentido que en nuestra lengua…se trata literalmente de romper el ayuno. Y lo rompen pero bien, de hecho está comprobado que es en Ramadán cuando más se come y consume.
Empieza la fiesta.
Familia disfrutando del festín en mitad de la calle. Gracias por el plato que me sirvieron luego, supongo que eso era parte de la limosna a la que cualquier musulmán está obligado con el extranjero, particularmente en Ramadán.
Otra familia saca la comida a la puerta del comercio.
Reservas de Tamarindo.
Torta típica a base de frutos secos.
Otra dimensión de cualquier visita a un país árabe es el mundo mezquita. Independientemente del símbolo religioso que son y representan, al igual que las iglesias católicas o las sinagogas judías, la arquitectura, y sobre todo el interiorismo de las mezquitas me fascinan. Y el relajo que se huele y vive supera con creces cualquier experiencia en una iglesia, cuya idiosincrasia nos inclina más a la rigidez.
En una mezquita una anda descalza sobre mullidas alfombras, puedes sentarte a leer, tumbarte a dormir, o armar grupos de discusión y hablar, siempre manteniendo los decibelios a un nivel prudencial para el vecino de al lado. Como lugares fisicos, como espacios dimensionales, las mezquitas me parecen lo mas.
Mezquita Al Hakim, en el Cairo islámico.
Galabeya secándose al sol en el patio.
Bebé de madre musulmana y padre tibetano.
Mezquita de Alabastro, dentro del complejo la ciudadela de Saladino. Imita el estilo de las mezquitas turcas, el parecido con santa Sofia es evidente en el diseño y uso de las cúpulas.
Interior Mezquita de Alabastro.
Grupo de mujeres pasando el rato en la mezquita. Notese el juego de miradas entre nieta, madre y abuela… ¡Que guapas eran!
En el interior también había un grupo de turistas asiáticos, y no pude resisitir la tentación de ir reptando como un lagarto a tomar la foto que quería, mientras me preguntaba como lo haría Martin Parr. hasta que me encontré el guía a 10 cm de mi cara diciendome que parara. Ups… Al final creo que faltaba la intervención del guía para hacer una foto realmente graciosa.
Y de ese grupo una pareja con todo los accesorios necesarios para ser un turista asiático de manual: gafas, toalla al hombro, audioguías, auriculares multiusos, cámara de fotos, etc…. me pidió que les hiciera un retrato.
Panorámica de la ciudad desde La Madraza. Las pirámides al fondo.
Y llega la noche a la ciudad.
Varias noches quedamos con Carmen y sus amigos cairotas a fumar shishas y beber zumos naturales.
El mítico gato faraónico.
Los barberos trabajan de noche.
Y el vertigo del día dá paso al de la noche.
Teniendo en cuenta que estuve un mes en Egipto, y unos 12 dias en el Cairo, me dio tiempo a darme varias vueltas; noche y dia, melón y sandía 🙂
Por eso este post ocupa bastante, pero a la vez es un resumen ínfimo de lo que realmente fué. Me consuela pensar que ninguna memoria es absoluta, ni ningún recuerdo real. Pero volvamos a otro día rapidito, que me estoy poniendo existencial.
Si vais a el Cairo es imposible que no paseis por el bazar mas popular: Khan Al-Khalili. Cierto que es la parte mas turística, el lugar donde los vendedores harán lo posible e imposible porque compres una nefertiti, una lámpara o lo que sea…pero es el bazar típico de leyenda: las calles estrechas, los recovecos, los olores de hierbas y especias, el olor inconfundible de las shishas y el sonido del tintineo de los vasos de te.
Nefertiti es sin duda el souvenir principal.
Pero también el mercado de las cámaras antigüas de placa está en alza.
Cafe Fishwy, de los mas populares del Cairo.
Y como me cansé del centro y digamos de «lo típico» decidí echar a andar sin rumbo fijo hacía el extrarradio a ver que me encontraba. En un momento dado di a parar a un barrio bastante peculiar, donde las casas se mezclaban con patios en los que había tumbas de doble cabecero. Alfombras secándose al sol encima de las tumbas…. En algún momento me acordé de algún fragmento que leí en la Lonely Planet y un nombre vino a mi mente: la ciudad de los muertos.
Sino recuerdo mal hablaba de un area de la ciudad donde vivía la gente mas pobre- más aún que en el Cairo islámico-, muchas de ellas exconvictos o con problemas con la ley. Al volver a casa leí mas cosas que me hicieron sentir mas intranquila que cuando estuve allí. Aun así entendí que me había metido en un «jardín» importante y no saqué mi cámara mas de lo necesario. Eso si, mi curiosidad me impidió retroceder.
Desde la perspectiva occidental nos puede parecer muy morbosa y desagradable la idea de vivir literalmente en un cementerio, pero no olvidemos que esta es una parte de la tradición egipcia que tiene sus raíces en los tiempos de los faraones, cuando la gente solía ir a comer en el cementerio, junto a la tumba, como si fuera algo completamente normal.
Hasta aquí dan mis recuerdos del Cairo, en el siguiente post viajaremos de la mano de mi memoria fotográfica al Desierto Blanco.
Como dije, este apartado lo llamo «memoria fotográfica» ya que no son viajes recientes. Dudo que la información sobre precios, etc…haya variado mucho, pero por lo que desgracia a cambiado en Egipto es su situación política, y me da mucha pena pensar que ahora los cairotas, tan guasones ellos, ya no sonrían como antes.
Antes siempre salía muy seria en las fotos…..o me da a mi la impresión 🙂
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