Como me dedico a ser guía de turismo en Berlín, pensareis que soy muy organizada para esto de los viajes, que debo de tener apuntado la lista de lugares imprescindibles, horarios y alojamiento reservado antes de salir. Para nada, super lejos de la realidad. Me gusta ir bastante a mi bola, desconectada del teléfono, e ir improvisando sobre la marcha. No es solo un capricho, es un «way of travel». Prefiero preguntarle al abuelo de la esquina que donde come él en su pueblo, antes que consultar una Lonely Planet, y así con todo.
Obvio que hay cosas muy claras, por ejemplo si voy a Perú – que por cierto vuelo en noviembre- sería de locos no ir a Machu Pichu, o al menos intentarlo. Eso no son lugares a tachar de una lista, ¡eso es una visita esencial!.
Pero en cuanto a los pequeños detalles y rincones de un lugar prefiero ir descubriéndolos sobre la marcha. Y así me pasó que esta mañana eché a andar mis pasos, internandome sin rumbo en el verde brutal que rodea Boquete, y terminé llegando sola a Cerro Punta, a través de las montañas en un trekkin inesperado de 8 horas y paisajes increíbles que llegan a alcanzar los 2500 mtr sobre el nivel del mar.
Tenía una caja de fresas, un paquete de galletas y media botella de agua en la mochila. Yo solo quería encontrar una cascada que vi en un cartel/mapa pintada como por niños…
Comencé a caminar entre los cultivos y casas que ya se encuentran dentro del Parque Nacional del Volcán Barú.
Ya por un camino mucho más estrecho de tierra, comencé a encontrar casas bastante más pobres, y en una de esas siento fuerte que me observan. Me giré y vi a estos hermanos, semi escondidos tras la casita. Todos los niños indígenas son muy tímidos.
Los llamé varias veces sonriendo y salieron. Saqué la cajita de fresas y el paquete de galletas y les ofrecí, lo tomaron con mucho cuidadito. Y hablamos un rato, bueno básicamente yo preguntaba cosas y ellos respondían con unos cortitos si o no, mientras me miraban desde el párpado y sonreían. Mirar desde el párpado es como mirar de refilón pero de abajo a arriba, no de lado; es señal de mucha timidez.
Al final les dejé las fresas y se pusieron muy contentos, sobre todo el chico. Mirá como agarra el regalo en la mano.
Y encontré la cascada, con un rubio solitario…Otro viajero maldito. 🙂
Autorretrato titulado » Ahí va, que chorrazo»
Tras hablar con el rubio un rato y quedar con él en la plaza a la noche, decidí seguir caminando porque andaba embalada, me comía el campo. Él me hablo de una ruta muy bonita cerca, que conectaba por las montañas Boquete con Cerro Punta. Decidí explorar un poco hasta donde me cansara.
Seguí el camino que me dijo y me introduje en pleno Parque Nacional. Había una caseta, que luego descubrir que se llama la estación de Alto Chiqueroa, en la que normalmente te hacen pagar, pero resulta que estaba cerrada, así que Balboa que me ahorré.
Cuando camino sin rumbo, a veces tengo la sensación de estar enchufada a un mecanismo que no conozco y que me hace dar un paso tras otro sin descanso. Y digo sin descanso, no en broma. Es lo mas parecido a estar en una especie de trance, en el que no hay nada que pensar, tan solo caminar, poner un pie delante de otro. Llega un momento que es como si mis piernas fueran independientes de mí, al menos de mi cabeza., y tuviesen vida propia; una preocupación menos. Y esa sensación amigos, es estupenda.
Puentes colgantes.
Lianas y hongos gigantes.
Caminitos de cuento.
Si en algún momento hubiese aparecido un hobbit, King Kong, Tarzán o una tribu indígena de las que debieron encontrarse los conquistadores, no me hubiese sorprendido en absoluto. Lo realmente sorprendente es que sitios así existan.
Tras andar un rato por una zona relativamente llana, me encontré con un cártel que anunciaba : «La quebrada del silencio», y empecé a subir por unos escalones como incrustados en la roca, hasta que di a una especie de alto. Esa subida fue matadora, larga y exigente, pero cuando llegué arriba lo saboreé como un triunfo.
Rondando los 2800 mt sobre el nivel del mar.
Entonces comencé a bajar por estas escaleras tan monas.
Y de pronto se llega a una zona, donde hay la cabaña del guardabosques, un mirador, y también hay un santuario con un cartel de aviso bien intimidante. Ya estaba echándolo de menos, al santuario me refiero. Ahí arriba viendo un cartel indicativo con un mapa, me vengo a enterar que justamente aquí es donde la mayoría de la gente comienzo el camino, justo en sentido contrario. De la forma en que yo lo he hecho hace falta mas resistencia porque es cuesta arriba, del modo contrario se baja más. ¡ Claro, de esa forma la Quebrada del Silencio es un juego de cabras.!.
En este punto mis piernas querían volver a mi ser porque estaban cansadas de verdad, me tumbé como una hora en ese sitio precioso y me comí las galletas que me quedaban. No pasó nadie ni nada en mucho rato y yo me sentí como la dueña de las nubes.
Si, aquí no hay perros, hay tigres.
Aún me quedaba bajar hasta el pueblo de Cerro Punta y buscarme la vida para volver a Boquete. Lo que no sabía, gajes del viaje contemplativo, es que para volver a Boquete tenía que tomar un bus hasta David y de ahí otro de vuelta a Boquete. Que paliza y que triángulo mas tonto. Estaba agotada y pensaba que esto en Alemania no pasa. Claro que no, por eso me vine de vacaciones aquí y no a Frankfurt. 😉
Paisaje Hobbit en los alrededores de Cerro Punta.
* No vi Quetzales, aunque los oí, y tampoco vi la cima del volcán Barú, aunque lo sentí.
Datos de interés:
Llegada en Bus:
– David- Boquete. Cada 30 min sale un bus, tarda 1 horita y cuesta unos 2 $. Desde las 6:00 am a las 9:00 pm.
– Cerro Punta- David ( Si terminas aquí la Ruta de los Quetzales). Cada 30 min sale un bus. tarda 45 min en llegar parando en Volcán y cuesta 2,50$.
Alojamiento: Puedes encontrar algunos hostales en Boquete con camas en cuartos compartidos sobre los 12$ y cuartos privados sobre los 23$.
Comida: Desde 3$ hasta restaurantes de exquisiteces en gastronomía peruana por 30$.